sábado, 3 de diciembre de 2011

Prólogo del Quijote


Los dos prefacios que se anteponen a la lectura constituyen una introducción a la lectura, aporta las claves para leerla y lo hace de una manera muy directa. El autor, por supuesto, ha modificado el discurso serio prologal integrando diálogos y narraciones correspondientes a la ficción. Ambos textos son un proceso para llevar a la ficcionalización y parodización de la novela.                                                                                                                    

El primer prólogo, 1605, comienza con una reflexión sobre su propia creación. Expresa que fue un trabajo laborioso para su autor y lo demuestra a través de una conversación con un amigo. El amigo ficticio le ayuda a elaborar el prefacio por lo que se muestra cierta ironía ya que, normalmente los autores escribían los prólogos por ellos mismos.


La actitud crítica de Cervantes vuelve a salir a flote en el primer prólogo. Por una parte, argumenta que las citas de autoridades, que pretendían expresar sabiduría, son pretenciosas e inútiles. Las citaciones o sentencias en latín, decía, podían incluso ser inventadas porque nadie las traducía ni se sabía de donde provenían. Por otra parte, las composiciones de elogio carecían de ello y eran recargadas. Por eso compara su texto con los prefacios de otros fieles modelos como los de Lope o Medina. Los imita para distanciarse de ellos dejando claro su perspectiva. Gracias a todas estas innovaciones ambos prólogos son auténticos y originales.


Surge una nueva manera de prologar, gracias a su estrategia ficcional y paródica. Se oponía a los prefacios de las novelas caballerescas o pastoriles, que abusaban de los prólogos para mostrar elementos maravillosos y erudición. El narrador-autor es el que formula el discurso y el amigo ficticio enuncia el contenido a resaltar del prólogo. Este juego a su vez introduce el tercer autor, Cide Hamete Benengeli, y al resto de los ficticios.  


Después de todos estos mecanismos aun encontramos otro, el más importante, la metaficción. El texto reflexiona sobre sus elementos fabulosos dentro de la verosimilitud. Destaca que, la importancia de las acciones, no están en si son verdad o mentira sino en la imitación perfecta. Si el texto se ajusta a la realidad será un discurso bien representado y potencial. 


El prólogo de la segunda parte, 1615, tiene, por el contrario, una función distinta. Es una respuesta al Quijote apócrifo, lo denuncia por ser una falsa continuación. Cervantes es víctima de una injusticia insultante y reacciona con ironía ante ella dirigiendo el prólogo a Avellaneda, el seudónimo del autor falso.


Esta vez la táctica ficcional la administra a través de dos historias o metáforas muy crueles. La del loco que hinchaba los perros con aire y la del que dejaba caer losas de mármol sobre ellos. La intención de Cervantes con esto fue, insinuar que la obra apócrifa era mala y pesada (por eso la comparación con el mármol) como el autor, que al ser cruel se hacía pesado en su escrito.


Termina el prefacio identificándose como autor verdadero de la obra:

Esta Segunda Parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artificio y del mismo paño que la primera”[1]

Se otorga, por lo tanto, la propiedad intelectual y la técnica narrativa del Quijote de 1605. Así como de la lectura paródica y realista establecida en él y también presente en la segunda parte.     


Es normal que este elemento paratextual se escribiese tras la finalización de la novela. Que fuera redactado después, da todavía más relevancia al proceso creativo seguido por Cervantes ya que su intencionalidad era atribuirse el mérito del texto ficcional- real del que hablamos.


Desde el umbral de la novela consigue Cervantes con los prólogos, las dedicatorias y los títulos, establecer una conexión entre el lector y el nuevo tipo de lectura que le ofrece.

Configurando la estructura narrativa y ficcional transforma la novela de caballerías en la novela moderna y lo consigue gracias a los niveles narrativos.   





[1] DQ, Parte II. Prólogo. Pág. 538.

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